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3. Construyendo el Miedo: Delincuencia y Terrorismo
La dinámica de exclusiones parece crecer incesantemente a nivel global y algo ha de asustar a los sectores más privilegiados que han visto la necesidad de reforzar las estructuras de violencia de los Estados. Y es que los Estados más ricos y potentes, a costa del resto del mundo, han ampliado su zona de seguridad, sus ámbitos integradores, y eso comporta ciertos problemas de control que obligan a una reorganización de las estructuras de violencia para contener la exclusión que generan.
Por ese motivo, tal y como explica Wacquant, desde los EUA se han ido expandiendo e implantando políticas inspiradas en la doctrina de Tolerancia Cero, que se ha ido imponiendo a los diferentes Estados europeos de la mano de socialdemócratas como Tony Blair, Schroeder, Jospin, y en el Estado español, primero por el conservador José María Aznar, y después por el socialdemócrata José Luis Rodríguez Zapatero, más animosamente. En Cataluña, Pasqual Maragall y Montserrat Tura son los grandes gurús de dicha práctica estatal.
Esta doctrina, que tiene como resultado la expansión de las estructuras violentas del Estado, las de castigo y represión, augura un mundo de "seguridad ciudadana" y de "civismo" después de una lucha contra los elementos sociales que lo amenazan. Evidentemente, estos dos conceptos no responden a ningún proyecto social concreto, sino que vienen a ser dos nuevos eufemismos de las proclamas reaccionarias de Ley y Orden, es decir, de control y represión social por parte del Estado. La doctrina comporta la legitimación del aumento de dotaciones policiales y penitenciarias, para mayor tranquilidad de los sectores más privilegiados de la sociedad.
¿Pero cómo legitimar este aumento de violencia estructurada? El Estado, para su control, amplifica su estrategia terrorífica, sobredimensionando las caras de los enemigos del orden público, de los peligros que amenazan a la seguridad ciudadana que él mismo encarna: el "delincuente" (que le contradice en el monopolio de la Ley ) y el "terrorista" (que le cuestiona especialmente el monopolio de la violencia). De hecho se trata de dos categorías construidas por el propio Estado, y en relación al Estado, a sus atributos y potencialidades. Delincuencia y terrorismo son, más que inevitables, una necesidad para autojustificar y autolegitimar al Estado mismo y su violencia.
Pero la política represiva no siempre está bien vista. Y para que socialmente sea aceptada, para que la población tolere la presencia constante y generalizada de policía y de todo tipo de tecnología de vigilancia y de control, es preciso crear el clima necesario de opinión pública. Es por ello que hay que insistir en el miedo. Y hoy las amenazas construidas pueden ser incluso de ámbito global, como es el caso del terrorismo internacional, pues éste, por sus propias características, por la ignorancia y el temor que genera, es de tremenda utilidad a todo Estado. De hecho, el Estado llama terrorismo a todo aquel juego de miedos y violencia que escapa a su monopolio. Pero, a la vez, es casi una necesidad de orden, una legitimación de la violencia propia y de su desarrollo. De esta manera, si la amenaza no existe, se inventa o se construye.
En la práctica diaria es el delincuente quien entra en la lógica del miedo cotidiano. El objeto de miedo, de desconfianza “cívica”, se ha centrado en los diferentes grupos e individuos procedentes de otros lugares del planeta, y que por diferentes motivos, se han establecido creando nuevas comunidades (los movimientos migratorios). Se genera, así, una nueva necesidad de control sobre unos grupos que presentan estrategias de supervivencia diferentes y que reclaman y buscan salir de la precariedad en la cual se encuentran. Sin embargo, no han sido invitados a compartir el pastel, sino para trabajarlo, especialmente, si se trata de trabajos caracterizados por la precariedad y por los sueldos más bajos.
Las leyes de extranjería no son sino la manifestación de la voluntad de control y registro de estos individuos, de sus objetivos y de sus acciones. ¿Estarán en consonancia con la voluntad del poder? O dicho de otra manera, ¿se identifican con el poder? Y lo que preocupa más, ¿hasta cuándo? Y es que la revuelta de París de octubre-noviembre de 2005 ha sido la prueba fehaciente de que en el macro-Estado europeo se avecinan tiempos difíciles para el control. La Europa de las libertades ya ha visto su primer Estado de Excepción del siglo XXI, demostrando que la dinámica del privilegio-exclusión genera una crispación social que sólo se combate con violencia de Estado.
Es por esto que desde los medios de comunicación (en España desde los años 90) se trabaja el miedo a través de un racismo reciclado que, como todo racismo, sirve para justificar la estructura de privilegios y de autoridades. Así, proliferan las noticias y los hechos espectaculares, que muestran la violencia que cultiva la pobreza, la necesidad, la exclusión y la marginalidad. Se repiten sin parar noticias que relacionan delincuencia con inmigrante pobre, generalmente extra-comunitario. Se va construyendo el objeto de terror, de miedo, sobre el cual ha recaído una aureola de profunda ignorancia y desconocimiento, y que encuentra su materialización en los inmigrantes en situación desfavorecida. Se les relaciona cotidianamente con situaciones de ilegalidad, con actos delictivos. Aparecen en todas las problemáticas sociales, en todos los conflictos y violencias.
Y es que el Racismo se alimenta básicamente del desconocimiento de unos grupos respecto a otros, del cultivo de la desconfianza y el odio, así como de la construcción de la amenaza a la "seguridad". Y ello con mayor insistencia desde los atentados de Madrid de 2004, donde la identificación del inmigrante con un potencial terrorista es una cantinela mediática que no deja de generar fantasmas.
Gracias a este miedo a la delincuencia y al terrorismo, así como al racismo intrínseco al puritanismo cívico, es como se consigue la parálisis de los individuos, su inacción social, para ceder la acción política en exclusiva al Estado. Un racismo que busca negar la interrelación entre los individuos, aislando a los grupos en dinámicas socializadoras diferenciadas y diferenciadoras. Eso sí, más ventajosas para unos que para otros, en perfecta consonancia con los valores de competitividad, individualismo y autoritarismo que fundamentan las sociedades occidentales. Y es que el "puritanismo cívico" está en plena guerra contra la pobreza que la violencia del privilegio ha sembrado por todo el planeta.
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